miércoles, 10 de diciembre de 2008

MIL MILLONES (Segunda edición revisada)

Mil Millones se publicó por primera vez (simultáneamente en varios blogs y portales) en la primera semana de julio del año 2008, días antes de las pruebas de misiles de Irán, antes de la "crísis financiera mundial" y el inicio de "la recesión económica", antes de los ataques terroristas en India y el consecuente recrudecimiento de las relaciones India-Paquistán... Precisamente temas ya anticipados en la novela. ¿Casualidad o predicción?

A continuación podrá leer los primeros cuatro capítulos de la segunda edición revisada de la novela breve Mil Millones en versión completa, la suma de las cuatro entregas ya presentadas en este blog:


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MIL MILLONES

(Novela breve)


Abel Carvajal


©Abel Carvajal, 2008. Derechos de autor reservados. Edición en español para distribución y publicación gratuita. Se autoriza su publicación, copia, edición, impresión y reenvío por cualquier medio solamente en lengua española y sin fines comerciales. Pero queda prohibida su impresión, edición, publicación y distribución en cualquier medio para su venta o comercialización sin previa autorización escrita de su autor, así como las traducciones a otras lenguas. Para escribir al autor:   mateolevi@gmail.com



Algunos me tildarán de apocalíptico, otros de futurista y otros de un ficcionario, por ésta, mi más corta novela, que es muy diferente a las anteriores. ¿Tiene que ver con el profetizado año 2012? Tal vez no, quizás escogí este polémico año, premeditadamente, como punto de referencia en el tiempo y como advertencia porque, algunos eventos de los que me atrevo a narrar aquí, sucederán en un tiempo venidero de la humanidad, según lo que se me ha mostrado en sueños...  Ya los primeros eventos están sucediendo.

EL AUTOR.



1


-Después de un mundo construido por la anterior civilización humana y regida por una sociedad dominante llamada “Occidental” más otras que la imitaron, la que finalizó en el año 2012 y cuyo cambio de ciclo se dio durante catorce años, siete años antes y siete años después de aquel año marcado, empezó una diferente civilización humana. Inició un desconocido ciclo para esta parte del Universo, liderado por una nueva humanidad.
Se cumplió el final de aquellos tiempos con las señales advertidas por los avatares. Que anunciaron terremotos, huracanes, inundaciones, sequías, olas de calor extremo, epidemias, pestes, virus mortales… en fin, percibieron cómo la Tierra con la fuerza de la naturaleza se defendió del prolongado e infame ataque de los seres humanos. Todo se cumplió. Los humanos se habían multiplicado en exceso y rompieron el delicado equilibrio de la Vida en el Planeta, gestando su destrucción.
Hubo desolación, sufrimiento, hambre, guerras y muerte…
Esa sociedad humana por más de dos mil años había afincado su desarrollo exclusivamente en la Razón, en el Saber, y en sus intolerantes religiones se había justificado ciegamente. Dejando de lado la Percepción. Sin entender que cada Ser del Cosmos debe buscar la unión de su espíritu con el Creador, con el Centro del Universo, con El Todo, con El Uno, con El Padre, con La Madre Divina, con Dios. Como los diferentes profetas y enviados lo nombraban para que lo comprendieran, pues a su vez es El Innombrable. Sin entender que la materia es nada más una extensión de la Creación, que el mundo de las Formas y del Tiempo es apenas una mínima parte del Universo. Como sus iluminados, maestros y chamanes lo trataron de enseñar.
El empoderamiento que otorgaron a la Razón entronizó la mente humana, olvidando que tan sólo era una herramienta para la evolución del Hombre. Se esclavizaron del pensamiento y de su hija: la ciencia. Y esta a su vez como fruto desarrolló la tecnología… esclavizándolos todavía más. Alejándose así de la Percepción y de la verdadera riqueza: el Poder de sus Espíritus. El concepto de “espíritu” se lo dejaron a su mismo razonamiento empequeñeciéndolo, empobreciéndolo, subvalorándolo, encarcelándolo entre los barrotes de sus mentes, de modo que mientras más filosofaban más dejaban de lado sus espíritus, hasta que finalmente lo aislaron en un místico concepto religioso.
Así la Razón gobernó su mundo sometiéndolo al sufrimiento de la materia y del tiempo. Aquella sociedad humana, que se creía civilizada y que llamaban moderna, se desarrolló en función de la transformación de la materia: inventando objetos, transformando la materia en productos y construcciones, mismos objetos que servían para crear otros. De ahí se vieron en la necesidad de crear el trabajo asalariado, de dividirlo, de jerarquizarlo; esclavizaron a otros para que hicieran los trabajos más arduos y difíciles. Más sufrimiento.
La Razón descubrió que la cantidad de bienes materiales marcaba la diferencia, el poseerlos daba poder, mientras más se tenía más poder sobre los que menos tenían. Se creó la riqueza extrema y la mísera pobreza. Y más sufrimiento. Pero también los objetos servían como armas para apropiarse de más bienes, más tierra, más hombres y mujeres. Surgieron las guerras y un sufrimiento todavía más horrible… La ciencia avanzaba, la tecnología más se desarrollaba pero la historia se repetía una y otra vez, la Humanidad seguía siendo la misma. Todo siguió así por siglos en una carrera autodestructiva cada día más veloz.
Finalmente todo colapsó.
Todo llega a su fin si está bajo el yugo de su majestad el Tiempo. Todo en el mundo terrestre obedece al Tiempo, toda la materia, absolutamente toda es corruptible a su turno.
Otras señales del fin de aquellos tiempos se dieron. “La sin razón”, la llamaré. Unas enormes e inmorales diferencias entre la riqueza y la pobreza. Algunos derrochaban hasta el escándalo en cosas y objetos inútiles a la larga, que en el fondo servían para satisfacer la vanidad y el ego de sus compradores: ropa de diseñadores, joyas, relojes, autos lujosos, yates, obras de arte a precios exageradamente ridículos y cuanto cacharro banal o moda efímera se pudiera inventar. Mientras muchos otros no muy lejos, morían de hambre, de indigencia, de falta de atenciones básicas. En las naciones más ricas se enfermaban y morían por la abundancia, mientras en otras más pobres se moría la gente por lo poco o nada que tenían… “La sin razón”.
El crimen de Caín contra Abel, la metáfora bíblica que enseña que media humanidad mata a la otra, se repitió.
Ahora ustedes, los humanos del Nuevo Ciclo, la Nueva Civilización, deben aprender de los errores de los antepasados. Aunque me pregunto todavía: ¿La Humanidad ha cambiado o sigue siendo la misma pese a todo lo acaecido? –Hizo aquí una pausa mientras tomó un par de sorbos de agua fría. Los presentes que lo escuchaban atentamente, jóvenes en su mayoría, se miraban entre sí con tristeza, duda y resignación.
“El Pequeño Profeta”, como lo llamaban sus millones de seguidores, era un introvertido cincuentón, esbelto, mediano de estatura, dotado de una melodiosa voz y de hablar pausado, que con su profunda mirada inspiraba confianza y valor. Desde niño, siguiendo los arraigados preceptos cristianos y las prédicas apocalípticas paternas, estuvo convencido de que él vería el Final de los Tiempos.
No se equivocó, si bien todo sucedió de una forma diferente a la que esperaba, al igual que muchos otros.


2

Cuarenta años antes. Charlotte, Carolina del Norte, verano del 2012.

-¡Feliz día de cumpleaños! –Gritaron al unísono sus padres, su hermana mayor y el inquieto Isaac, el hermano menor. Ethan con su característica sonrisa nerviosa trataba de apagar las dos velitas mágicas, una moldeada en forma de número uno y la otra de número cinco. Soplaba y se encendían… de nuevo se encendían, soplaba, una y otra vez.
-¡Uf, ya no puedo… más! –Jadeó.
-¡Oh, ya déjalas que estás escupiendo el ponqué! –Exhortó el risueño Isaac.
Su madre, una bella rubia sureña, tajó y sirvió cuidadosamente el bizcocho recubierto de pasta azucarada que había horneado el día anterior con los escasos ingredientes encontrados en el supermercado cerca de su casa, situada en el más alejado suburbio de clase media de la ciudad. La economía mundial atravesaba una depresión por cuenta de los desastres naturales, de la escasez de alimentos y sus altos costos; la recesión empezó en el 2008 con la subida del precio del petróleo y de las materias primas.
Mientras servía las porciones en cada plato, añoraba los años no tan lejanos de abundancia en su próspero país.
-¡Cómo habían cambiado las condiciones en menos de dos años! Tantos desastres ocasionados por la incontenible fuerza de la naturaleza, lo nunca antes visto: supertornados en el Medio Oeste, mega huracanes desde el Caribe que destruyeron casi todo el sur de los Estados Unidos, el temido gran terremoto de California, el aumento del nivel del mar por el deshielo de los polos que inundó a buen parte de New York y otras ciudades de la Costa Este, oleadas de calor sofocante, inundaciones en los estados del norte… La primera potencia mundial sucumbía ante el único enemigo más poderoso: el calentamiento global. La venganza de La Tierra contra uno de los países que más daño le había ocasionado en la última centuria… Millones de norteamericanos han pagado con sus vidas y muchos más con la pérdida de sus bienes. ¿Cuánto más falta? –se preguntaba mirando a sus hijos preocupada.
Observó a su robusto esposo mientras comía en silencio. Recordó aquellos inolvidables años que pasaron en México y después en Colombia, mientras su esposo estaba en misión. Vivir por seis años en América Latina fue una enriquecedora experiencia, había aprendido mucho, en especial sobre la diversidad de costumbres. Sus hijos no sólo ganaron una segunda lengua y amigos, sino también conocimientos sobre otras culturas, sobre lo bueno y lo malo del mundo, sobre lo grande que es el planeta y el equivocado egocentrismo de su país, sobre la familia, sobre la humildad y la sencillez de tanta gente que sabe vivir con poco y parece más feliz. Algo despreciable para el norteamericano promedio pero no para ella, nieta de un inmigrante alemán.
Tal vez no era casual que mientras en América del Norte, Europa y Asia, donde también el calor extremo, inundaciones, ciclones y terremotos arrasaban, los continentes del sur no sufrían tanto. Sudamérica y África, exceptuando unos períodos de fuertes sequías y lluvias que alternaban el protagonismo en el teatro del clima, de uno que otro volcán que eructaba su lava y de las inundaciones por la subida del nivel marino en sus costas, eran los dos continentes menos castigados por la furia de La Tierra.
¿Era justo? Aquellos países del llamado Tercer Mundo eran menos industrializados, pero igual habían contaminado, ensuciado, dañado y destruido el planeta, con sus sobrepobladas y congestionadas ciudades, con las indiscriminadas deforestaciones y mortal destrucción de sus variadas faunas y ricos ecosistemas. No estaban limpios de conciencia, no podían estarlo. Unos cuantos miles eran las víctimas del alterado clima, era una cuenta menor comparada con la que se les cobraba a los países del Norte. No obstante la factura parecía estar llegando, una cuenta en moneda diferente, según las últimas noticias.
Informaban de una pandemia que se extendía desde Centroamérica hasta el sur del Brasil, parecía que un extraño virus tropical que seguramente había mutado estaba fuera de control y cobraba la vida de su huésped en cuestión de días. Su contagio era irremediablemente mortal. Decían que sus victimas se contaban con siete dígitos. Recomendaban no viajar a estos países.
De África, aparte de las hambrunas por las largas sequías poco se informaba. “El continente olvidado”, era vergonzoso que lo llamaran así. Nunca a nadie de otros continentes le importó aquella maravillosa tierra, donde nació la especie humana, según los antropólogos. Hoy en día, en estos difíciles tiempos afectaba aún menos lo que allá pasara, podía morir hasta el último de sus habitantes y el mundo desarrollado apenas si se conmovería.
De repente, unos bruscos golpes en la puerta de la casa la sacaron de sus cavilaciones.
-¡Abran, abran pronto! –gritaba una voz masculina del otro lado.
Isaac corrió hacia la ventana. Impresionado, dijo:
-Son unos soldados.

3
Londres, Inglaterra, verano del 2014.

Inauguración de los XXX Juegos Olímpicos, dos años más tarde de la fecha original.
Se habían aplazado abruptamente las olimpiadas del 2012, ante la fatídica guerra en el Medio Oriente y tanta catástrofe ocasionada por la naturaleza. Ahora en un intento por la reconciliación y la paz mundial se celebraría la gran cita deportiva. Pero con menos de la mitad de los atletas esperados.



4

Charlotte, Carolina del Norte, verano del 2012.

Ethan dormía apoyando su cabeza en el regazo de su madre, mientras Isaac y su hermana mayor reposaban junto a su padre, un estudioso pastor bautista de línea conservadora con no pocos feligreses. No necesitaban cobijas, el inaguantable calor en el refugio militar de la Guardia Nacional a duras penas les permitía estar acostados sobre las colchonetas que les suministraron.
Ingresó de improviso al gran salón un fornido oficial con insignias de teniente coronel, escoltado por otros dos oficiales de menor jerarquía.
-Debo informarles –tronó su voz-, que después del cruce de misiles nucleares entre Israel e Irán y Siria, los que borraron del mapa a Teherán, Damasco, Tel Aviv y Jerusalén…
Al escuchar la última ciudad estalló un creciente susurro de incredulidad entre los casi cinco mil ciudadanos que rodeaban al oficial.
-¡Entonces era cierto lo que murmuraban los soldados! –Exclamó el reverendo, dirigiéndose a su esposa que abrazaba a sus hijos -Jerusalén ha sido destruida, se cumplió la profecía escrita…
-¡Silencio, silencio por favor! –Vociferó el hosco teniente coronel, mientras alzaba sus grandes brazos. Cuando el rumor se apagó continuó:
-Ante el sorpresivo ataque a nuestro aliado Israel, el gobierno de los Estados Unidos de América –pronunció con palabras marciales-, decidió desembarcar las fuerzas aerotransportadas para defender y rescatar a los sobrevivientes ante el infame posterior ataque de los ejércitos enemigos vecinos. Y Se les ha ordenado, en conjunto con las tropas israelíes, evacuar a todo ciudadano del Estado de Israel que hallen con vida. Se calcula que no sobrevivieron más de un millón… -de nuevo estalló el murmullo-. ¡Silencio, no lo repetiré! Así es, no más de un millón de israelíes, menos de la sexta parte de la población sobrevivió. También estoy perplejo ante las consecuencias de una absurda guerra con armas nucleares –hizo una pausa. Agregó:
-A los sobrevivientes de las también afectadas Palestina, Jordania, Líbano, y por supuesto de Irán y Siria los más destruidos por la retaliación nuclear Israelí, que en total no superan los cinco millones, según estimativos preliminares, se les ha concedido refugio en Egipto y los países árabes y del norte de África, quienes se han mantenido neutrales en esta guerra suicida…
-¡Vaya al grano coronel, eso que tiene que ver con nosotros, estamos muy lejos! –interpeló una sudorosa y gorda mujer que no ocultaba la irritación por el cansancio o por el calor y la incomodidad del refugio. Otros se le sumaron elevando igual demanda.
-¡Cállense! –Ordenó extendiendo las manos un musculoso capitán afroamericano. Uno de los soldados se puso nervioso y desaseguró su fusil. El metálico sonido tuvo un efecto fulminante: el silencio fue tal que se oían hasta las respiraciones.
El teniente coronel miró a los ojos al soldado dudando entre reprenderlo o agradecerle. Optó por continuar hablando:
-El desembarco de nuestras tropas en Israel, ha sido considerado por los grupos islámicos más radicales como una declaración de guerra. Nuestros servicios de inteligencia han detectado dos células terroristas, que cargan sendas bombas nucleares tipo “valija”, de alto poder, con la misión de detonarlas en dos ciudades de nuestro país… -Hizo una pausa esperando una nueva algarabía, pero nada, por el contrario parecían paralizados por el miedo. Descargó lo difícil de una vez -: ¡Una de las bombas al parecer ha llegado a Charlotte!
Estas palabras zumbaban en los oídos de todos. El terror apareció en las miradas.
-La otra bomba ya fue interceptada por la inteligencia militar de un país sudamericano amigo. Los terroristas capturados son interrogados en este momento. -Nadie lo escuchaba ya, todos imaginaban lo impronunciable: un holocausto nuclear en su bella y tranquila ciudad.
- Señor, yo se dónde se encuentra esa bomba –murmuró Ethan, mientras halaba un brazo del capitán que estaba a su lado.


Continúa...


viernes, 12 de septiembre de 2008

Vista gratis de "Mil Millones, el fin de la civilización contemporánea"


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¿Te gustaría conocer qué le podría pasar a la Humanidad de seguir así? ¿Quieres leer una novela breve de una sentada en menos de una hora (en 22 páginas)? ¿Leer lo que puede ser apocalíptico o futurista o tal vez sólo ficción? ¡En el 2012 o en el 2050! ¿Saber cómo se diezmaría la población del planeta? ¿Quiénes podrían ser los elegidos para sobrevivir? ¿Sí? Entonces debes leer Mil Millones.



Dibujo a tinta sobre papel por Abel Carvajal, 2008.



lunes, 1 de septiembre de 2008

EL MAGO DE MESOPOTAMIA (Trilogía Romana 1)

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A continuación podrá leer el borrador de los primeros tres capítulos de "EL MAGO DE MESOPOTAMIA, Descubriendo el último misterio":





EL MAGO DE MESOPOTAMIA

Descubriendo el Último Misterio


Abel Carvajal


©Abel Carvajal. 2000. Derechos de autor reservados. Para contactar al autor escriba a: mateolevi@gmail.com



A mi Sulamita



"La que vale es la última vida"
Mahoma





Felipe se encontró con Natanael y le dijo: "Hemos hallado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y también los profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret."

Natanael le replicó: "Pero ¿qué cosa buena puede salir de Nazaret?" Felipe le contestó: "Ven y lo verás."
Cuando Natanael llegaba donde Jesús, éste dijo de él: "Ahí viene un verdadero israelita de corazón sencillo." Natanael le preguntó: "¿De cuándo acá me conoces?" Jesús le respondió: "Antes que Felipe te hablara, cuando estabas bajo la higuera, ahí te conocí."
Natanael exclamó: "Maestro, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel!" Jesús le dijo: "Tu crees porque te he dicho: Te vi bajo la higuera. Verás cosas mayores que éstas."


Juan 1, 45-50



I

Muchas cosas han pasado desde que salí de Roma hace más de tres inviernos, en el año 14 del reinado de "El Dácico"*, mi magnánimo tío con quien no se aún si tengo la fortuna o desventura de compartir el nombre, como tu bien sabes apreciado Fabio.
Te sorprenderá la extensión de este escrito así como el apenas legible pergamino que lo acompaña, que por la Gracia Divina no fue totalmente consumido por el fuego. Los que deposito bajo tu custodia hasta mi llegada a Lugdunum**, si es que el mensajero logró cumplir cabalmente su misión. En caso contrario solicito, en nombre del único y verdadero Dios, a quien en sus manos posea estos rollos su protección y difusión de lo que en ellos encontrará, asegurando su conservación de generación en generación para que en tiempos futuros los hombres conozcan la Verdad. Igual pedido te hago excelente Fabio, en nombre de nuestra antigua amistad, si después de un tiempo prudente no vuelves a tener noticias mías.
Confiando pues en los designios de Dios, he decidido componer para ti y para todos aquellos que quieran conocer la Verdad, un relato ordenado de todo lo importante que me sucedió en estos tres años y que cambió mi vida para siempre.
El Trajano que te escribe no es el mismo con quien compartiste la mesa en aquella magnífica fiesta con la que me honraste en tu espléndida casa en Lugdunum. Tampoco es el mismo que luchó a tu lado en las guerras por la Dacia, y menos aún, el muchacho orgulloso de su pasado turdetano junto al que creciste jugando en los alrededores de nuestra Itálica. Recuerdos que todavía guardo en mi corazón.
Así es, yo Marco Trajano, quien no cabía de gozo y vanidad cuando mi célebre tío se vistió de púrpura, quien blandía con excesivo donaire el Sello Imperial cuando se me encomendó la supervisión de la construcción de la vía entre Benavento con Brindisi, y no supe elegir entre apaciguar mi ira a empuñar la espada ante las ofensas de algunos desdichados; confieso con la humildad que sólo da un espíritu arrepentido, que estaba equivocado y demasiadas veces actué mal. Hoy, cuando he visto pasar casi cuarenta primaveras, puedo decir que soy otro hombre, gracias a que otros me mostraron el Camino a la Verdad y a la Vida, la Verdadera Vida.
Como recordarás cuando te visité en Lugdunum, ya hacía un largo tiempo me había retirado de la vida militar en pos de colaborarle al César en la administración del Imperio. Contaba con una modesta pero suficiente fortuna producto de los botines que me correspondieron como Capitán de Legión en las guerras por la Dacia, que bien sabes no escasearon. Además de las recompensas que eventualmente recibí de mi generoso tío por lo que él consideraba un buen desempeño en mis funciones administrativas, tal y como lo hacía con los demás que le servían lealmente. Es así que quise imitarte, comprando una hacienda no muy lejos de Roma adonde pudiera retirarme de la vida pública, dedicarme al estudio de la Filosofía, tal vez casarme y construir una familia. Aunque todavía no conocía a ninguna mujer, hija de algún patricio o al menos ciudadana romana, que cumpliera los requisitos que exigía para tal fin. ¡Cuán equivocado estaba!
Recién me había instalado en la casa de mi hacienda junto con mi leal esclavo egipcio, que antes había servido a Domiciano, después a Nerva y luego a mi tío, quien me lo obsequió un día sin más razón que "llévatelo, ya merece descanso en manos de un amo que no tenga mujer que lo azote." Además de Ahmés, que así se llamaba el viejo esclavo que conoció los secretos más íntimos de tres césares y de cuyo nombre se ufanaba que perteneció a un antiguo general tebano que expulsó a los hicsos de su milenario país, llevé conmigo a la bella esclava judía que dos años atrás había rescatado en el puerto de Ancona de las manos de un inescrupuloso mercader sirio. Cuando una lluviosa mañana llegó hasta mi puerta un mensajero de César Augusto Trajano "El Dácico".
Pese a que no estuvo muy de acuerdo cuando decidí renunciar a mi cargo, el Dácico comprendió y aceptó. Ahora en su carta, sin ninguna explicación, me pedía regresar al Palacio.
Sulamita, mi joven esclava, me puso la capa con la suavidad que la caracterizaba en su trato. Al mirarla ella leyó en mis ojos la preocupación de que se frustraran los planes de llevar una vida alejada de la política. "Confía en la voluntad de Dios, Él te dará lo mejor," me susurró.
"¿Acaso lo mejor que te pudo dar tu dios fue hacerte esclava?" Le repliqué. Bajó su cabeza. Arrepentido por la crudeza de mis palabras, agregué: "Está bien, pídele a tu dios judío que me acompañe." Sus ojos negros brillaron de nuevo.
Siempre había sido un escéptico en cuestiones religiosas, así se tratasen de los dioses del Olimpo, de los dioses con cuerpos humanos y cabezas animales que adoraba Ahmés, o del tal Yavé, el Dios sin rostro ni cuerpo que pregonaba el pueblo al que pertenecía Sulamita. Mi educación filosófica sumada a la observación del mundo y de los hombres, me hacía difícil creer en uno o varios seres superiores al ser humano. Dioses en contra de toda lógica o razón, que consideraba más como productos de la necesidad del Hombre de responsabilizar de los actos humanos a actores invisibles supramundanos y del no aceptar que la vida simplemente termina con la muerte, engañándose con la ilusión de una supuesta vida en el más allá.
No obstante existían muchos interrogantes sobre la condición humana, sobre la vida y sobre la muerte, a los que no encontraba respuestas satisfactorias. Por lo que leía y escuchaba con atención desapasionada toda filosofía y religión nueva que estuviera a mi alcance, sin excluir temas oscuros como la magia y la hechicería, logrando sólo aumentar más las dudas al respecto. Hasta tal punto que llegué a una conclusión: O caía en un mar de confusiones que podrían llevarme al borde de la locura, o, abandonaba toda búsqueda de respuestas y me refugiaba en la seguridad de mi escepticismo. Opté por la sana e indiferente incredulidad. Cuando me llegara la muerte encontraría las respuestas, si es que existía alguna.
Pero sería injusto sino reconociera que durante todos aquellos años de búsqueda de la Verdad aprendí de filósofos, sacerdotes, magos y ascetas, así como de algunas religiones, valiosa sabiduría. La que me permitió extractar muchas cosas ciertas, que encontraba en común, entre las diversas creencias y pensamientos.
Empecé a dilucidar que la verdadera magia, la verdadera Fe, es la "de adentro hacia afuera", como la llamé. Es ésta la que logra el cambio interior, del ser, la que alcanza la libertad del espíritu, a través del reconocer y aceptar el destino, el sino del hombre, cumpliendo a cabalidad su misión. Fortaleciendo el espíritu con el manejo de la energía interna, multiplicándola en vez de derrocharla en los asuntos que se originan en la vanidad, emociones dañinas, que son los verdaderos demonios: La envidia, los celos, la ira, el egoísmo, el engaño, la codicia, el odio y la venganza.
Descubrí también, que las mujeres y los hombres somos infelices porque andamos por la vida cargados de apegos y de rutinas. Somos ciegos, no vemos lo que hay que ver ni sentimos lo que hay que sentir, cuando el mundo nos ofrece sus bellezas a diario. El secreto de la felicidad es sencillo: Hay que ver, sentir y vivir al máximo cada día con los regalos que la Naturaleza, la Vida misma, nos obsequia.
Y es que conocí a hombres verdaderamente ricos, no por sus bienes materiales, aunque algunos también los poseían en abundancia, sino ricos de espíritu, felices, llenos de esa misteriosa energía vital. Una especie de gran fuego interior, de energía multiplicada, que hace que todo surja como por arte de magia, que todo salga bien, que hasta los deseos más sublimes se cumplan. Hombres que han descubierto esa magia "de adentro hacia afuera" y viven cada día de acuerdo al secreto de la felicidad. Hombres que traslucen su "riqueza" a través de la paz y serenidad que irradian.
Algo que cualquiera puede alcanzar si multiplica su energía interna, alimentando bien las llamas de ese fuego interior. Lo que me propuse y poco a poco comencé a ganar. Siendo ésta la principal razón por la que desdeñé la promisoria carrera política que tal vez hubiese desarrollado bajo el manto protector del César. Decisión inaceptable para muchos.
Creo que ahora queda más claro el motivo de mi preocupación ante la inesperada llamada del Dácico.

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(*)Marco Ulpio Trajano "El Dácico": Nacido en Itálica (España) en el año 53 d.C. cerca de Sevilla. Emperador romano (98-117). El primer extranjero que ascendió al trono. En el 91 fue nombrado Cónsul por Domiciano y en el 96 gobernador de Germania Superior; en el 97 fue adoptado por Nerva al que sustituyó a su muerte en el 98. Restituyó al Senado algunas de las prerrogativas que le habían sido quitadas por sus antecesores. Convirtió la Dacia en provincia romana tras dos guerras (101-102 y 105-107), por lo que ganó el apodo de "El Dácico"; anexionó la Arabia Pétrea y tras vencer a los partos, Mesopotamia, Asiria y Armenia. Gobernante progresista; su reinado destacó por el saneamiento de la política administrativa imperial y por el impulso dado al comercio y a la agricultura. Construyó numerosas obras como el gran Foro Romano; vías como la Vía Trajana, que unía Benavento con Brindisi; puertos como Ancona y Civitavecchia; puentes como el Alcántara, sobre el Tajo; y monumentos como la "columna" que lleva su nombre. Consideró a los cristianos fuera de la ley pero no los persiguió obsesivamente. En su época se desarrollaron notablemente la literatura y el arte. Murió en el 117.

(**)Lugdunum: nombre latino de Lyon (Francia).


II

Para muchos debido a su origen provinciano, pero yo que le conocía bien, sabía que la sencillez del Dácico iba acorde con su práctico estilo de vida, la que ahora se reflejaba en el palacio de los césares. Sencillez que entraba en contradicción con su vanidad. Ambas, virtud y defecto, han sido marca de familia.
"Veo que te ha sentado bien la vida en el campo," fue su saludo.
"Así es loado César." Sólo en las reuniones familiares lo trataba de tío y ésta no lo era a juzgar por la presencia de sus consejeros.
Después de preguntarme por mis negocios y comentarme asuntos triviales de Estado, de los que por mi cargo anterior tenía conocimiento, hizo una pausa y miró a uno de sus consejeros. Éste le pasó una carta. Dejando de pasearse por el salón se sentó en su silla mientras la desenrolló con lentitud mirándome en silencio con cierta picardía.
"Escucha con atención," dijo finalmente antes de iniciar la lectura de un breve párrafo que, intuí de inmediato, truncaría mi plan de retiro:
"El contagio de la superstición cristiana* no se limita ya a las ciudades sino que se ha propagado a los pueblos y campos, y se ha apoderado de personas de toda edad, sexo y condición. Nuestros templos están casi desiertos y despreciadas las ceremonias." Enrollando de nuevo la carta habló con tono serio: "Nuestro procónsul en Bitinia** está muy alarmado por la proliferación de esta secta judía en el Imperio..."
"Conque Plinio el Joven es el autor de esa carta," pensé con molestia, pues recordaba esa chocante actitud adulatoria que era una constante en él, al menos mientras vivió en Roma antes de ser nombrado procónsul. A lo mejor, el astuto Dácico cansado de su presencia le encargó el gobierno de esa alejada provincia.
"No veo por qué tanta prevención contra los cristianos, es sólo una secta más de judíos, y el Imperio ha sido tolerante con todas las religiones de los pueblos donde ha llegado con la 'pax romana'. Nada más aquí en Roma hay un templo a Amón, dios de los egipcios, cosa que creo no molesta a Júpiter; por no mencionar las orgías, que interrumpen la tranquilidad de la ciudad, organizadas por los seguidores de Baco." Me atreví a refutar.
"En el fondo estoy de acuerdo contigo. Además, políticamente es beneficioso tolerar las diversas religiones, teniendo en cuenta el considerable poder e influencia que ejercen los sacerdotes de casi todas éstas sobre los fieles, que son la mayoría de los habitantes del Imperio. Pero a mis consejeros, como a Plinio, les preocupa la prédica poco conveniente para Roma de los seguidores de aquel galileo que el procurador de Judea en tiempos de Tiberio tuvo que ajusticiar." Dijo en tono menos formal.
"Si me permites señor, quisiera agregar algo." Murmuró uno de sus consejeros. Se estaban demorando en meter sus narices, o mejor, sus lenguas.
No tengo nada en contra de que un gobernante cuente con otros a su alrededor que lo aconsejen, de hecho lo considero sabio, pero siempre y cuando éstos obren de manera imparcial, objetiva y superponiendo los intereses del pueblo a los propios, incluso por encima de los intereses del gobernante mismo. Tal vez una utopía. Pero los allí presente, los conocía, eran unos codiciosos que no vacilaban en servir primero a sus bolsas y a la de otros patricios que al pueblo romano.
El consejero continuó con la venia del César: "La preocupación por los cristianos no es tan infundada, capitán Trajano." Pronunció con prepotencia mi antiguo rango militar, queriendo recordarme que un legionario no discute con el César. "Ellos, apoyados en un supuesto amor al prójimo que incluye al enemigo mismo, están implícitamente contra las políticas y leyes de Roma. Es así como se oponen de manera abierta al servicio militar. Pero eso no es lo más grave. Sabes perfectamente que en su mayoría son esclavos y pobres," sentí que su tuteo era hipócrita, "lo que representa un peligro potencial para el Imperio." Hizo adrede una pausa para remarcar esta última frase.
"Explíquese mejor, pues ahora tengo la inteligencia lenta de un campesino, no la aguda mente de un consejero." Observé como mi tío esbozó una leve sonrisa, le encantaba mi cinismo.
"¡Vaya! Nunca dejas de sorprendernos." Puso a los otros dos consejeros de su lado. "Tu que ahora eres un hacendado, un patricio de la misma familia del César, deberías estar consciente que una rebelión de esclavos y siervos te afectaría notablemente, llevándote a la ruina como a los demás hacendados. ¿O quién araría tus tierras, cuidaría tu ganado o cosecharía tus olivos? ¿Acaso tu mismo, que ni hijos tienes?" Un golpe bajo. Me mordí la lengua. Continuó: "¿O quién te prepararía la cena o asearía tu casa, sino contaras con tu esclavo egipcio o... la judía? Que hasta otros favores podrá concederte." Dos golpes. El desgraciado aún no perdonaba que me le hubiese atravesado en la subasta de esclavos en el puerto de Ancona.
Este hombre, llamado Cornelio, era más rico, pero cuando descubrí a Sulamita en el muelle llegué a un acuerdo secreto con el traficante sirio, quien a cambio de una cuantiosa cantidad de plata y de un favor, que justo mi alto cargo público podía hacerle, la retiró del registro de la subasta de esclavos y me la vendió.
Ahora me daba cuenta que tenía un enemigo más en la corte del César. Agradecí en mi interior el vínculo sanguíneo que me unía con el hombre más poderoso del mundo. Decidí controlarme y ver hasta dónde llegaría Cornelio, además, todavía ignoraba de qué se trataba todo esto.
El consejero Cornelio siguió diciendo: "¿O estarías dispuesto a pagar salarios a los jornaleros para que trabajen tu campo, menguando tus ganancias? La alarma del procónsul Plinio por la propagación del culto cristiano no es nueva. Ya cincuenta años atrás Nerón les temía como insurgentes, y con razón, incendiaron a media Roma. Domiciano tampoco estuvo tranquilo con ellos..."
No lo soporté más. Interrumpí las sandeces que ahora vomitaba este hombre, del que me preguntaba si no estaría pagado por los ricos sacerdotes de las otras religiones: "¡Oh, vamos! Todos aquí sabemos que el incendio de Roma fue el producto de una confabulación del pretor Tigelino, hombre cruel en quien Nerón confiaba demasiado." Remarqué pausadamente esta última frase y continué: "Al que el buen sentido del emperador Otón más tarde condenaría al suicidio. En cuanto al temor de una rebelión fomentada por los cristianos tus mismas palabras la descartan," le di de su misma bebida, "cuando dices que ellos se fundamentan en el amor al prójimo incluido el enemigo. ¿Cómo una religión con una filosofía así podría desencadenar la violencia o la rebeldía? Y en caso tal, ¿sería la primera rebelión de esclavos que el Imperio debería sofocar? Además," me dirigí hacia los otros consejeros, "piensen esto: Si se trata de una religión más, invento de los hombres, no perdurará, pero si en realidad proviene de un verdadero dios ¿quién podrá impedir su propagación?"
¡Por las barbas de Neptuno! ¿De dónde había sacado aquel discurso? Sin querer asumí el papel de defensor de los cristianos ante el César. Unos pobres perseguidos desde la época de Nerón, que profesaban una fe que me era ajena, pues más que una religión organizada los consideraba un grupo clandestino de fanáticos. Aunque reconozco que me simpatizaban por alguna inexplicable razón. Tal vez porque no se trataba de una religión impuesta por una casta dominante o clase gobernante, sino más bien todo lo contrario, estaba naciendo una nueva religión "de abajo hacia arriba".
"Tu locuacidad no nos abruma ni tus palabras nos convencen." Replicó Cornelio de nuevo incluyendo a los demás. "Pareciera que tu esclava judía te está convirtiendo a su secta."
Quedé pasmado, no se si por la falta de respeto del rencoroso consejero o porque jamás se me ocurrió que Sulamita fuese cristiana. La ira iba apoderándose de mi mente.
"¡Basta ya!" Intervino oportunamente el Dácico. "Me es suficiente con evitar que este asunto de los cristianos no se convierta en un problema de Estado y tenga que pasar al Senado, como para que dos de mis más leales y allegados hombres lo transformen en un conflicto personal."
Reinó en la sala un silencio tenso.
"Si supiera la dulce Sulamita del viejo necio y baboso que el destino quiso librarla," pensaba. "¿Será cierto que es cristiana? Este intrigante senil no se atrevería a ofender a un sobrino del César así porque sí... Pero si yo la he tratado con bondad y le he depositado mi más absoluta confianza, ¿por qué nunca me lo confesó? ¿Acaso me teme?..." El muy maldito me había clavado la ponzoña de la duda. Pero no caería en su juego. Me juré no indisponer mi ánimo contra la muchacha.
El Dácico se levantó de su silla. Con un rostro endurecido se dirigió a los tres consejeros: "Bien, señores. Creo que estarán de acuerdo por las palabras de Marco y por sus actuaciones anteriores al servicio de Roma, que es un hombre objetivo y justo, aunque a veces apasionado defensor de las causas nobles. Lo que no deja de preocuparme ya que muchas de las buenas causas son causas perdidas." Hizo una pausa sonriendo al tiempo que se acomodaba su manto purpúreo. Los consejeros también sonrieron excepto Cornelio. Continuó: "Así que seguiremos con el plan." Observó con gracia mi reacción de sorpresa, la que no pude ocultar.
Ya intuía que algo no me gustaba de este llamado del César, menos la presencia de sus consejeros. Era evidente que yo hacía parte del mencionado plan, del que momentos después me enteré se oponía a mis propios planes. Mas, qué hacer, la voluntad del César subyugaba la mía.


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(*) En Antioquía (Siria) se les dio el nombre de cristianos a los seguidores de Jesús de Nazaret, que antes se les llamaba nazarenos y eran considerados una secta judía.

(**)Bitinia (Bithynia): antigua región al noroeste de Asia Menor. Hoy forma parte de Turquía


III

Tres semanas después estaba dando las instrucciones finales a mis siervos de mayor confianza y al viejo mayordomo de la hacienda, a quien encargué de su administración durante mi ausencia. Hombre confiable, muy conocedor de los secretos del campo y del cultivo de olivos, recomendado por el anterior propietario, a quien había prestado también excelentes servicios al igual que al padre de éste.
Sentí tristeza de tener que dejar esta agradecida tierra, pese a que llevaba poco tiempo de haberme instalado en la hacienda. Pero es que una buena finca es como una hermosa mujer, primero nos atrae con su belleza natural, luego, si descubrimos empatía y nos sentimos a gusto ya se hará difícil apartarnos de ella.
Ordené a Ahmés y a Sulamita que empacaran la menor cantidad de cosas posible. Nada más la ropa, mantas y abrigo necesario para el invierno que apenas iniciaba, para ellos y para mí. Como legionario había aprendido que cada bulto adicional era causa de problemas y retrasos. Lo demás que nos llegara a faltar lo compraríamos. Llevaría suficiente oro, plata y tablas de reconocidos cambistas. Dinero que en su mayor parte me suministró el Dácico, pues iba en misión oficial con las respectivas cartas de presentación selladas por el mismo César.
Sulamita no ocultaba su entusiasmo por el viaje, propio de su curiosidad juvenil. No así Ahmés, quien no dejaba de rezongar por las molestias que esa inesperada misión le ocasionaría a un viejo cansado y cojo esclavo como él, según sus propias palabras. Aunque yo tenía presente su cojera, consecuencia de la salvaje paliza que le hizo propinar una infame concubina del emperador Domiciano, no la consideraba excusa suficiente para privarme de su útil compañía. Creo más bien, que en el fondo él sentía miedo, pues en su ya larga vida no había conocido mundo diferente al Egipto de su infancia y a la Roma de su juventud y madurez. Su robusta salud era envidiable, gracias muy seguramente a su también robusto estómago. No en balde eran famosas sus habilidades culinarias y buen gusto gastronómico.
A la mañana siguiente, de madrugada, partimos los tres en sendos caballos más tres mulas que cargaban el equipaje tiradas de un peón que jineteaba una cuarta bestia.
Grabé en mi memoria el aroma que despedía el campo a esa hora del día así como el hermoso paisaje que pintaban los primeros rayos del sol. Me despedí de aquella tierra, ahora mía, la primera que poseía, a la que pronto esperaba regresar.
Ser sobrino del César no necesariamente involucra provenir de una familia rica. Por el contrario, mis orígenes fueron más humildes de los que la gente suponía. Mi padre había nacido como producto de un amor juvenil furtivo, de aquellos prohibidos por las diferencias de clase, entre el padre de Marco Ulpio Trajano "El Dácico" y una bella sierva de su familia en Itálica. Poco después, mi abuelo contrajo nupcias con la que sería la madre del hoy César, mujer de noble corazón quien no tuvo ningún reparo en permitir vivir en la misma casa y hasta colaborar en la crianza del hijo bastardo, luego de la temprana muerte de aquella sierva, mi abuela. Creciendo los dos niños como hermanos. Mi padre creció y pronto se casó, me engendró, llamándome igual que a su amado hermano menor.
Cuando mi tío fue nombrado Cónsul por Domiciano, me llevó a Roma para terminar mi educación. Luego me enroló en la Legión, pues consideró que la disciplina militar y el adiestramiento en armas me sería útil. Alcancé el grado de Capitán. Siendo ya el César, después de servirle en las guerras por la Dacia, me introdujo en la política nombrándome en cargos públicos de alta responsabilidad. Hasta que un día me cansé y, aceptando que aquella vida no era para mí, renuncié. Recuerdo aquel día, no muy lejano, cuando el Dácico exclamó con desconcierto: "Eres igual a tu padre, ambos carecen de ambición. La que le sobra a mi primo Adriano... Está bien, tal vez sea lo mejor para ti. Cada hombre se forja su destino de acuerdo al favor de los dioses. No soy quien para oponerme."
Cabalgamos sin prisa, cuidando de no agotar a los equinos y ahorrando nuestras energías ante la larga travesía por mar que nos esperaba. Nos dirigimos hacia el puerto de Ancona, donde nos embarcamos Sulamita, Ahmés y yo en una nave cretense rumbo a Nicomedia, la antigua capital de la provincia de Bitinia, ubicada sobre el estrecho que da acceso al Ponto*.

Fue una travesía agitada, el Mar Nuestro** no presagiaba una tranquila misión.
Mientras Ahmés, víctima del mal de tierra, cuando su indomable estómago no lo obligaba a doblar su cuerpo por la borda, renegaba entre maldición y maldición por su suerte, yo meditaba sobre las palabras del Dácico en una estera extendida en la cubierta con mi cabeza recostada sobre el contorneado vientre de Sulamita.
“No quiero tomar decisiones precipitadas respecto a los cristianos, menos cometer actos injustos contra ellos, que de una u otra forma hacen parte del pueblo. Así que antes, quiero saber con certeza quiénes son ellos y qué pretenden, cuántos son y qué tanto peligro encierran sus prédicas, si son una amenaza para el Imperio o si sus creencias son buenas para Roma.” Aquel día del llamado, el Dácico dejaba entrever que estaba indeciso ante el “problema cristiano”, como lo denominaba Cornelio.
“Por eso, querido Marco, te quiero comisionar esta misión especial.” Continuó diciendo mientras posaba su mano sobre mi hombro. “Ve a Bitinia, como mi embajador plenipotenciario ante Plinio y los demás gobernadores, averigua todo sobre esta secta que parece propagarse como una peste sobre nuestras provincias. Si es necesario recorre Asia, Siria y hasta la misma Judea. Usa toda tu sagacidad y el poder que te otorgo, investiga la verdad sobre estos cristianos y mantenme informado, sin intermediarios, a través de cartas de tu puño y letra. No me ocultes nada de lo que descubras o suceda...”
La brisa marina parecía jugar con el largo cabello castaño de Sulamita, mientras ella con sus dedos jugueteaba con el mío. Qué bien me sentía a su lado.
La imagen del César retornó a mi mente. Ahora la escena se remonta al jardín del palacio. Luego de dar por concluida la sesión en la sala de su despacho, me había tomado del brazo invitándome a caminar por el jardín con la excusa de tomar un baño de sol, dando a entender a Cornelio y a los demás consejeros que ahora debía tratar conmigo un asunto personal.
"Marco, sé muy bien que no estás a gusto con la misión que te acabo de encomendar, la que te apartará más tiempo del que quisieras de tu nueva vida campirana. Pero créeme, que no sólo es porque necesito de tus objetivos e imparciales informes sobre los cristianos sino también por nuestra conveniencia." Susurró a mi oído mientras miraba de soslayo que nadie estuviera lo suficientemente cerca como para escuchar lo que decía."
"Si es tu deseo, César, cumpliré con gusto la misión. Pero, ¿por qué dices que también es por nuestra conveniencia?"
"Deja el formalismo para las ocasiones oficiales. Ya viste la actitud de Cornelio, tu eres tan perceptivo como yo y se que atisbas el resentimiento que tiene hacia ti. Pues te digo que no es el único."
Obviando mi cara de sorpresa el Dácico continuó: "Estar rodeado de ratas intrigantes es el precio del poder. La razón por la que un gobernante pierde la tranquilidad de su sueño. Se mantienen al acecho, esperando cualquier oportunidad para atacar en jauría, como este asunto con los cristianos. Qué mejor daño a la imagen del César, que lleva catorce años reinando, demasiado para algunos, que la del tirano perseguidor de una inofensiva secta religiosa pero que goza de gran aceptación entre el pueblo raso y hasta en las mismas filas de mi leal ejército. ¿Entiendes?"
"Sí, tío. Y también entiendo que la familia y los amigos leales al César somos enemigos de esas ratas intrigantes."
"Exacto. Por esta razón y otras más, en las que no tengo tiempo para entrar en detalles, deseo que te alejes de Roma y del remolino político que cada día crece más amenazándonos, al menos hasta que el porvenir se vea más claro. Te envío a las provincias del oriente para que cuides mi espalda, tu misión oficial como espía entre los cristianos abarca más, descubre a mis verdaderos enemigos: los que ostentan o ambicionan el poder. Se mis ojos y mis oídos, y manténme informado... ¡Ah! Y no te separes de tu espada."


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(*) “Pontus Euxinus” en latín: hoy Mar Negro.
(**) “Mare Nostrum” en latín, también llamado “Mare Internum”: hoy Mar Mediterráneo.



Continúa...



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lunes, 18 de agosto de 2008

Anacleta

Descubre y gózate a la gallina Anacleta y sus amigos, una tira cómica (comic) dibujada al estilo clásico por Abel Carvajal. La puedes leer junto a  la traviesa "Alina", los jocosos perros "Chester & Dandy" y otras caricaturas, en el nuevo libro ANACLETA Y ALINA:

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viernes, 8 de agosto de 2008

LA ESPADA ESMERALDA (Trilogía Romana 3)

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(Recomiendo descargar y leer la última versión corregida, ilustrada y editada en 

A continuación podrá leer el borrador de los primeros capítulos de LA ESPADA ESMERALDA:






LA ESPADA ESMERALDA

En busca del Libro de la Vida


 Abel Carvajal


©Abel Carvajal.1998. Derechos de autor reservados. Para contactar al autor escriba a: mateolevi@gmail.com



A la memoria de mi padre.


A las guerreras y guerreros invencibles.



En el año 1187 el sultán Saladino derrotó a los cristianos y se apoderó de Jerusalén. Se predicó la Tercera Cruzada (1189 – 1192) y unidos el emperador alemán Federico I “Barbarroja”, Felipe II Augusto de Francia y Ricardo I “Corazón de León” de Inglaterra, conquistaron Jaffa y San Juan de Acre; firmando un tratado con Saladino por el que los peregrinos podían visitar libremente los lugares santos.


***



Nací en Normandía, pero aunque crecí en Inglaterra era normando de espíritu, de uno muy aventurero que siguió el camino de los cruzados, arengado por la pasión guerrera del rey Ricardo “Corazón de León” y un supuesto deber cristiano.
Luego de la conquista de Chipre por Ricardo, abandoné las filas del caballeresco rey inglés y viajé a la isla de Malta.
Me hallaba hastiado y confundido por tanta sangre en nombre de la Santa Cruz. Una fuerza extraña me condujo hasta aquella preciosa isla en el Mediterráneo, a un olvidado monasterio, en donde conocí a un personaje excepcional que cambiaría mi vida para siempre. Su nombre: Julián de Malturgia.
En aquel monje maltés, mayor que yo, encontré el consuelo y la paz que mi espíritu buscaba con desespero. Sus palabras y enseñanzas fueron el bálsamo que sanó mis heridas. Su vida sencilla, su actuar tranquilo y sereno bastaron para darme cuenta que no necesitaba mantenerme en pie de lucha empuñando una espada.
Ese fue precisamente el primer mensaje que recibí de él:
-Desarma tu corazón. Entierra tu espada, amigo normando, que contra la vida no se lucha porque siempre perderás. Ella, la vida, es un rival demasiado poderoso para cualquier ser, es más sabio tenerla de aliada. Así, que más bien síguela. Manténte atento a sus señales, la vida se observa y se escucha. Colabórale.
“Tampoco caigas en el facilísimo de dejarte llevar por ella. Camina a la par, no permitas que te arrastre, porque más lento será tu avanzar y más magulladuras y heridas obtendrás cuando te lleve por los senderos tortuosos que a veces debemos recorrer.”
Con estas palabras me recibió, aquella noche en que toqué a la puerta de su monasterio en busca de refugio y alimento. Parecía que me esperaba, pues ya me tenían preparado un lugar en la mesa para la cena, junto a los otros diez monjes.
Oramos y comimos en silencio. Una frugal, pero exquisita cena que me supo a gloria angelical. En un ambiente en que se respiraba la paz y se disfrutaba de un encantador dulce aroma, el olor que deja el palo santo una vez se ha quemado. Estos trozos de madera, procedían del oriente, muchísimo más allá de las Tierras Santas, donde los hombres y mujeres son de piel amarilla y ojos rasgados, según él.
Así mismo, una modesta pero cálida cama me tenían preparada. Los once monjes eran jóvenes, Julián que era el prior, pese a su gris barba no aparentaba tener más de cuarenta años. Todos vestían una túnica marrón con capucha y un lazo blanco atado a la cintura, por calzado usaban unas ligeras sandalias. No pertenecían a ninguna comunidad específica, podría decirse que se trataba de unos monjes independientes que se dedicaban al estudio de la Palabra de Jesús de Nazaret y a la fabricación del vino, un gustoso vino tinto que les aseguraba su manutención.
Había llegado allí con la intención de pasar sólo la noche. Permanecí poco más de dos años en aquel acogedor monasterio, no hice votos mas viví como ellos.
Dos años aprendiendo y meditando las enseñanzas de Julián de Malturgia y las de los demás monjes. Adquirí conocimientos que jamás imaginé aprendería: latín, griego, filosofía, geometría, matemáticas, historia y por supuesto, también le dediqué tiempo al estudio de las Sagradas Escrituras.
Un buen día, Julián me dijo:
-Las palabras de Jesús no han sido bien interpretadas, mucho menos bien enseñadas a los hombres. Tu llegada fue la primera señal que esperaba, anoche vi la segunda. Ya es hora de emprender el viaje.
No entendía a qué se refería y le solicité ser más explícito. Pero lo que logró fue confundirme aún más cuando agregó:
-Sí, soñé con el “Libro de la Vida”. Debo partir en su búsqueda, así se me ha ordenado. También se me ha dicho que por el camino debo difundir el Mensaje del Nazareno, de la manera correcta. Tú me acompañarás, eres el guerrero enviado para proteger nuestra misión.
Así, fue como Julián y este servidor, en el año 1194 iniciamos un periplo por buena parte del mundo conocido de aquellos días.

***


Nos embarcamos hacia Salerno, ciudad del Reino de Sicilia. Llevábamos poco equipaje. “Hay que viajar lo más ligero posible, sólo con lo necesario y que quepa en un saco. Las manos deben estar siempre libres. Es igual que en la vida, hay que andar libre y ligero de equipaje, sin apegarse a nada ni a nadie para no llevar a cuestas cargas que sobran. Mientras menos cosas poseas más fácil será movilizarte, más libre serás.” Dijo Julián cuando me observaba alistar mi saco.
De modo que sólo llevaba dos mudas de ropa, una puesta y otra para el cambio, una manta, un abrigo de piel, el calzado, mi espada, un arco, flechas y mi jabalina. Parecía más bien un cazador, pues ya no debía vestirme con la cota de mallas ni el vestido de cruzado, tampoco como monje porque no lo era.
Julián, sólo llevaba su hábito marrón puesto y otro en su saco, una manta y un abrigo. Además vi que guardó unas pequeñas bolsas de cuero cuyo contenido ignoraba.
Me recomendó fijar mi espada en la vaina cruzada contra mi espalda, de modo que la pudiera empuñar con sólo levantar mi mano derecha sobre el mismo hombro, y no a la manera normanda, en la cintura a mi izquierda. Argumentando que así recordaría que era únicamente para utilizarla en caso de defensa propia o del prójimo y no para agredir o amedrentar.
La comunidad cristiana de Salerno nos acogió con generosidad, festejo incluido. No había duda que éste era un monje conocido y respetado allí. Nos alojamos en la casa de un próspero comerciante, quien nos atendió como a príncipes.
Había planeado Julián que allí pernoctáramos por tres días, pero permanecimos quince. La gente acudía en masa a la casa. Unos a pedir consejo, otros a solicitar su mediación en disputas, otros a solicitar la sanación o cura para alguna enfermedad, hasta presencié cómo expulsó demonios de algunos. Descubrí la razón de su fama: mi amigo era uno de esos monjes que realizaban milagros.
Cuando le pregunté cómo lograba aquello, apenas respondió:
-No soy yo, son ellos mismos quienes se sanan. Yo nada más soy el medio, pero es su fe la fuerza que logra lo que anhelan. Si tú quieres derribar un árbol y no tienes confianza en tu hacha no podrás hacerlo, pero si no dudas de su dureza ni de su filo pronto lo derribarás. Yo soy para ellos esa hacha.
En tres ocasiones distintas tratamos de partir, pero algún inconveniente se presentaba: que una tormenta, que estalló una guerra en la frontera, que una niña agonizaba y pedían la ayuda de Julián. Mas el monje nunca se disgustaba. Incluso la tercera vez que se frustró la partida refunfuñé y él me amonestó:
-No te impacientes amigo mío. ¿Qué te dije sobre colaborarle a la vida? ¿No ves que son señales, impedimentos para nuestro bien? La vida nos protege. Simplemente no nos facilita la salida porque no nos conviene.
“Si la forzamos, saliendo bajo la tormenta sería posible que nos extraviáramos o cayéramos enfermos. O si nos obstinamos o partimos a pesar de la guerra en la frontera, podríamos salir heridos o ser hechos prisioneros. Aprende a entender las señales que la vida te da.”
El padre de la niña, a la que Julián prácticamente revivió, en agradecimiento nos obsequió dos robustos caballos con sus arreos y monturas para proseguir nuestro viaje.
-Le colaboramos a la vida obedeciéndola y al hacerlo nos compensó –exclamé-. O también pienso, que la vida quería facilitarnos el viaje y, al enfermar la niña y retrasar nuestra partida por tercera vez, nos daría las cabalgaduras que necesitábamos.
-Muy bien, Normando. Estás comprendiendo. La vida es simple, somos nosotros quienes nos la complicamos. Sólo hay que estar atento a las señales... y seguirlas, claro está.
-Si nos hubiéramos opuesto a ella y a pesar de todo partimos –continué-, todavía andaríamos a pie, con fatiga y lentitud, y quién sabe en qué líos. El tiempo que aparentemente perdimos lo recuperamos con la velocidad que nos aportarán los caballos.
Julián me palmeó la espalda dando a entender que estaba de acuerdo.
La víspera de la partida definitiva, el monje fue invitado a una iglesia, y ante una gran cantidad de feligreses habló sobre las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
Él hacía énfasis en que no eran las obras ni milagros o la vida del Maestro lo importante, sino sus enseñanzas. Los milagros sólo eran el aval ante los incrédulos de que lo dicho por Él tenía procedencia Divina.
-No se preocupen tanto por saber quién era o cómo vivía Jesús, no, eso no es lo importante. Presten más atención a sus parábolas y a sus palabras, traten de entender el mensaje detrás de éstas, cosa que no es fácil si se lo dejan a la razón; comprenderán mejor si las leen o escuchan con el corazón.
Julián también les daba ejemplos:
-Cuando el Maestro decía “dejad todo y seguidme”, no se refería propiamente a abandonar sus familias o bienes. Quería decir que dejen el apego a las personas que aman y a las cosas que poseen, que no se aferren a nada ni a nadie, que sean como Él, libres de ataduras a este mundo. Que vivan como Él, disfrutando cada día de la vida, con lo que ésta les obsequia, desde la sonrisa de un niño o el canto de un pájaro hasta la puesta del sol o la belleza de una flor.
“Seguirlo a Él, es seguirse a sí mismo, es seguir el dictado de nuestro corazón, es seguir nuestra esencia, es seguir las cosas buenas que somos capaces como dar bondad o amor. Dar sin esperar nada a cambio.
“Seguirlo a Él, es dejar de lado la codicia, la ambición de poseer, la de ser admirado, la de ser poderoso... Todo esto es vano. El Reino de los Cielos no es otra cosa distinta que la felicidad, la plenitud, la armonía y la paz en esta vida. Sí, aquí y ahora.
“Cuando Él le dijo a Nicodemo que ‘nadie puede ver el Reino de Dios sino nace de nuevo, de arriba’, ¿a qué creen que se refería? No es ningún misterio ni se refería a otra vida. No, simplemente quiere decir que debemos dejar de lado todo lo que pensamos, deseamos y anhelamos como adultos. Que hay que sacar de nosotros el materialismo, las apariencias, las emociones negativas como la codicia, la envidia, el odio y el egoísmo.
“Que hay que ser como un niño recién nacido quien no ha adquirido esas malas costumbres, quien todavía no ha formado un ego, quien no conoce el orgullo, ni nada de lo que les amarga la vida a los adultos.
“El Reino de Dios está aquí, basta con mirar a los lados, arriba o abajo. Ver el maravilloso mundo que nos rodea: las montañas, los ríos, los árboles, las nubes, los animales, el sol, las estaciones, la luna... Todo, incluso nosotros mismos hacemos parte del Reino de Dios...”
Julián trataba de ser diáfano y al tiempo infundir entusiasmo, aunque también se cuidaba de no atacar los errores de la Iglesia, no quería entrar en disputas inútiles o ganarse enemigos gratuitos. Además, él pertenecía a la misma.
Así como a Jesús los fariseos lo probaban, algunos sacerdotes ortodoxos y cerrados de pensamiento trataban de encontrar aberraciones o contradicciones en los discursos del monje. Pero él evitaba la confrontación con sutileza.
Finalmente, esa mañana partimos sin más dificultades rumbo a Roma, el mismísimo centro de la cristiandad. Mas algo ocurriría en el trayecto, algo insospechado que me dejaría perplejo.

***



Después de varios días de cabalgar sin apuros, pasando algunas noches al aire libre y otras en posadas del camino o en las casas de gentiles campesinos, nos aproximamos a Roma.
Desde hacía once años el emperador Federico I “Barbarroja” había reconocido los Estados Pontificios.
De repente un halcón gris pasó volando sobre nuestras cabezas asustando a mi caballo, que parándose bruscamente en su tren posterior me derribó. De algún modo Julián logró calmarlo. Me reincorporé sacudiendo el polvo de mi ropa. Al intentar exclamar unas palabras al respecto, Julián me hizo señas para que guardara silencio y mirara hacia el horizonte frente a nosotros:
Unos seis hombres, no muy lejos, apaleaban salvajemente a otro.
-¡Vamos! -gritó al tiempo que se lanzaba en dirección a ellos en su caballo a todo galope.
Monté. Apenas lo alcancé le pregunté:
-¿Estás de acuerdo conque utilice mi espada?
-Claro, amigo mío. El uso de la espada se justifica tanto para la defensa propia como para defender a otros. A veces no queda otro camino... ¡Oigan, déjenlo en paz!
Ya estábamos casi encima de los truhanes.
Éstos al vernos nos lanzaron improperios mientras nos mostraban de un modo agresivo sus cuchillos y sus garrotes, tratando de disuadirnos.
-Deja. Les enseñaré lo que siente la carne cuando es cortada por el filo de una espada normanda –grité al monje.
-Son demasiados, necesitarás ayuda –repuso.
Para mi sorpresa, de su espalda desenvainó una rara espada, la que yo en algún momento pensé se trataba de un bastón tallado, y que blandía con la velocidad de un rayo y la destreza de un entrenado caballero.
La lucha, pese a que en número les era ventajosa, no era fácil para ellos seis, pues descubrimos que montábamos briosos corceles entrenados para la batalla.
Quedaban todavía cuatro granujas en pie. Ciertamente recibimos dolorosos golpes y una que otra cortada en las piernas. El hombre que aporreaban yacía muerto o inconsciente.
De entre los matorrales salieron más bandidos armados en ayuda de sus cómplices. Al verlos Julián exclamó:
-¡Necesitamos ayuda y pronto!
-¿De dónde? –Cuestioné.
-¡Ya verás!
No había terminado de responderme cuando el halcón gris, emitiendo un espeluznante chillido, se lanzó con sus garras contra los ojos de un atacante que gritó de dolor. El ave rapaz, se abalanzó contra un segundo par de ojos con igual eficacia.
No sé cuando ni de dónde salió, pero vi las centelleadas de la mandíbula de un inmenso lobo sobre otro par de agresores que trataban de sorprenderme por la espalda. Las espadas, más las garras, más los colmillos, fueron suficiente para disuadir a los bandidos, a los pocos que aún permanecían de pie, de que debían huir.
Rápidamente montamos el cuerpo del hombre apaleado sobre el caballo de Julián y nos retiramos a todo galope. No queríamos arriesgarnos a que los bandidos regresaran con apoyo.
Después de un largo rato de galopar por entre la campiña decidimos descansar en un claro. El lobo y el halcón nos habían seguido, los que con un gesto de mi barbilla mostré al monje.
-Tranquilo –me dijo. Son amigos, no nos harán daño.
El pobre hombre apaleado todavía estaba vivo. Recobró el conocimiento. Julián extrajo cierta pócima que dio al hombre que luego pasó con agua. De inmediato cayó en un sueño profundo.
No sabía yo qué preguntar primero, si sobre lo que le había suministrado al hombre o sobre el misterioso lobo y el halcón. Me decidí por los animales.
Julián sólo dijo que pidió auxilio a las criaturas del bosque y estas dos fueron las que acudieron. De hecho, explicó, el halcón fue quien nos avisó del ataque porque quería ayudar a ése hombre.
-¿Acaso el halcón es su mascota o algo así? –Pregunté.
-No. Es un ave libre, pero es sabia y justa. El hombre pedía auxilio y ella quería brindarle su ayuda, buscó con desespero hasta que nos vio aproximarnos y...
-¿Oye, cómo sabes todo eso? –Interrumpí incrédulo.
-El halcón me lo dijo –me respondió como si fuera lo más natural del mundo.
Dudé, pero me arriesgué a pasar por tonto:
-¿Tratas de decirme que hablas con los animales?
-No exactamente. Más bien los entiendo. Tú también podrías comunicarte con ellos, pero no con palabras ni con tu mente, sino con tu corazón.
Miré al lobo, que se había echado a mi lado, demasiado cerca para mi tranquilidad.
-Observa. Se nota que le caíste bien –rió un poco. Continuó-: Míralo fijamente a los ojos, trata de comunicarte con él, que tu corazón escuche al suyo.
Vacilé.
-¡Anda, vamos! –me incitó.
Miré al salvaje cuadrúpedo con resquemor, aunque amaba a los perros, éste no era precisamente un perro. El lobo levantó la cabeza y también me miró a los ojos. Tragué saliva.
-Vamos, no tengas miedo –dijo de nuevo el monje como si se divirtiera con la escena.
Por unos instantes creí sentir algo. El lobo acercándose lentamente me lamió la cara.
-¡Gasp!... –exclamé escupiendo.
Julián rió tan desaforadamente que terminó por contagiarme la risa.
-Tendrás que practicar más –agregó con jocosidad.
Oscureció. Encendimos una hoguera. El hombre despertó y cuando le narramos lo sucedido él nos contó que era recaudador de diezmos del Papa y que fue asaltado por los bandidos, quienes no sintiéndose satisfechos con el botín comenzaron a golpearlo...
Nos invitó a su casa en Roma, con lobo y halcón.
De camino a la ciudad pontificia, murmuré a los oídos de Julián:
-Así que hablas con los animales, manejas la espada como un diestro caballero y sanas a los moribundos con pociones mágicas. ¿Qué más cosas sabes hacer? ¿Por qué presiento que antes de tu vida monástica hay una muy interesante historia?
Me miró de soslayo y se limitó a sonreír. Al rato murmuró:
-El pasado se debe quedar en el pasado, sólo hay que vivir el presente.
A partir de aquél día, el lobo no se separaría nunca más de mi lado. Mientras el halcón se posesionó del hombro izquierdo de Julián.
Desde una cima en el camino divisamos la Ciudad Eterna.
-¡Qué bella se ve! –susurré.
-Lo que se muestra bello por fuera puede ser feo por dentro –replicó el recaudador de diezmos, quien iba al anca de mi corcel.
-Cierto es –aprobó Julián-. Ahora, a buscar el “Libro de la Vida” –dijo esto último en dialecto maltés para que nuestro futuro anfitrión, con quien hablábamos en latín, no entendiera.
-¿Lo encontrarás en Roma? –pregunté.
-No lo sé. Allá lo sabré.

***

-¿Pedir ayuda a las criaturas del bosque? ¡Un lobo por estos rumbos! Tenía entendido que se encontraban mucho más al norte –reflexionaba aún en lo sucedido.
-Mira –me dijo el monje señalando al cuadrúpedo-. ¿Qué animal parece ser?
-Pues un lobo.
-Entonces es un lobo. Tiene pelambre de lobo, colmillos de lobo, cola de lobo, huele a lobo. ¡Es un lobo! ¿Acaso no te basta con ver para creer? Cómo es de difícil para la mayoría de los hombres tener fe, cuando ni siquiera creen en lo que ven.

***

-¡Romanos, por qué se preocupan tanto por pedir bienes y favores a Dios! –Hablaba así Julián de Malturgia un sábado a la gente congregada en una de las iglesias de Roma-. Piden y piden, más y más cosas. Nunca satisfacen ese apetito voraz por poseer, por recibir, como si fueran merecedores del mundo entero. Confórmense y den gracias al Padre por lo que han recibido, porque sólo eso han merecido.
“Confíen en el Padre, no pidan nada a Él. Tengan fe en que le dará siempre lo mejor a cada uno de ustedes, pues lo que es bueno para uno tal vez no sea bueno para el otro. Cada quien recibirá lo que necesita, para su aprendizaje, para su evolución.
“Recuerden que Jesús decía que no nos preocupáramos por poseer bienes y dinero en este mundo, donde la polilla y los ladrones darían cuenta de ellos. También decía que el Espíritu es quien da la vida, la carne no sirve de nada...”
-Sí, pero también dijo: “Quien pida al Padre en mi nombre El se lo concederá” –interrumpió un anciano monje benedictino.
-El es un padre. Mejor todavía, el Padre Divino, por eso está siempre dispuesto a obsequiar a sus hijos lo que desean. Pese a que con frecuencia eso que deseamos, El sabe, no nos conviene, y así, El nos lo concede. Por eso Jesús cuando enseñó el Padre Nuestro, en la cuarta frase lo mencionó: “...y hágase tu Voluntad aquí en la tierra como en el cielo...”
“Es que debemos –continuó- preferir aceptar la Voluntad Divina que pedir para nosotros lo que creemos es lo mejor. ¿O acaso pensamos que el Dios Padre nos ha olvidado? ¿Puede alguno de ustedes olvidar a uno de sus hijos, o si sabe que uno de los suyos está necesitado no tratará de ayudarlo? ¿Entonces, por qué no confiar en El que es Todo Poderoso?
-¿Insinúas entonces, que nunca debemos pedir nada a Dios? –preguntó una mujer.
Julián respondió así:
-Un pobre artesano y su esposa tenían una hija, una niña a quien amaban mucho. La niña cierta vez vio una muñeca grande que tenía una amiguita, pidió le compraran otra igual. Pero su padre le dijo que no, ya que era muy costosa. Sin embargo la niña insistía día tras día que le regalara la muñeca. Lloró y rogó tanto que su padre se conmovió, fue al mercado y se la compró. La niña estaba feliz con su muñeca hasta que escuchó a su padre decirle a la madre: “Me pidió tanto la muñeca, que decidí comprarla con el dinero que estaba ahorrando para obsequiarle un caballo en la Navidad. Ya sabes cómo ella siempre había soñado con tener un caballo, pero ahora no se lo podré comprar”.
Se escuchó un murmullo de aprobación entre los asistentes. Julián continuó:
-Jesús de Nazaret dijo: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus pertenencias la que le dan la vida”. Recuerden la parábola al respecto: “Había un hombre rico al que sus tierras le habían producido mucho. Se decía a sí mismo: ‘¿Qué haré? Porque ya no tengo dónde guardar mis cosechas’. Entonces pensó en construir graneros más grandes para guardar sus trigos y sus reservas, para después descansar, comer, beber y pasarla bien. Pero Dios le dijo: ‘Tonto, esta misma noche te van a pedir tu vida, ¿quién se quedará con lo que amontonaste?’”
-Pero, maestro Julián –dijo un reconocido mercader-. Somos de carne y huesos, necesitamos asegurarnos el pan, el vestido y el techo para nosotros y nuestras familias.
-Jesús dijo también: “No se preocupen por la vida, pensando: ¿qué vamos a comer? No se inquieten por el cuerpo: ¿con qué nos vamos a vestir? Porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. Miren las aves: no siembran ni cosechan, no tienen despensa ni granero, y, sin embargo, Dios las alimenta. ¡Cuánto más valen ustedes que las aves!
“Miren los lirios, que no hilan ni tejen. Pues bien, yo les declaro que ni el mismo Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de esos lirios. Y si Dios en el campo da tan lindo vestido a la hierba que hoy florece y mañana se echará al fuego, cuánto más hará por ustedes, gente de poca fe.
“No estén siempre pendientes de lo que comerán; no se atormenten. Los que viven para el presente mundo se preocupan por todas esas cosas. Ustedes en cambio, piensen que su padre sabe lo que necesitan. Por lo tanto trabajen por su Reino, y El les dará todas estas cosas por añadidura”.
Terminó de citar el Evangelio e hizo una larga pausa.
Los asistentes empezaron a discutir en voz baja entre sí. Unos estaban de acuerdo su predicación pero otros no.
El mismo mercader replicó:
-¿Entonces no debemos hacer nada, quedarnos con los brazos cruzados y esperar el alimento?
-No, no es eso lo que Jesús quiso decir. Recuerden la parábola de los talentos, cómo el amo maldijo al siervo al que sólo le había confiado un talento y lo enterró... Dios nos ha dado a cada uno de nosotros eso precisamente: talentos. A unos más que a otros, pero eso no debe importarnos, El sabrá porqué los distribuyó así. Tu, tal vez tienes el talento para comerciar, otros en cambio, para labrar, otros hombres para pastorear, otros para curar, otros para gobernar; hasta para luchar y para la guerra se requiere talento.
“Ahora, si el talento está dado, no debemos preocuparnos por el cómo conseguir el pan y el vestido, sólo hay que confiar en que ese mismo talento con que Dios nos ha dotado nos facilitará las cosas. Confiar en Dios, es tener fe en nosotros mismos. Es por eso que a Dios hay que buscarlo en nuestro corazón, en nuestro interior, no afuera.
“Luego, debemos encontrar cuáles son nuestros talentos y habilidades. Si sólo es uno entonces utilizar ese único, multiplicarlo para entregarle más cuando El nos pida cuentas. Pero oigan bien, lo importante es multiplicar nuestros talentos, no nuestros bienes, ésos se multiplicarán por añadidura.
“Si sus talentos los cultivan cada día más, serán mejor en lo que hacen y los demás buscarán en ustedes esos mismos talentos. Entonces, no les faltará el sustento, no podrá faltarles. Por eso cuando decidimos un oficio o un arte, debemos escuchar primero nuestro corazón, seguir nuestra esencia y no preocuparnos si nos dará para comer o sobrevivir. Además, el que sigue su esencia hace lo que le gusta, y el que hace lo que le agrada vive pleno, es feliz. Eso es trabajar por su Reino, el de ustedes; Dios quiere que trabajen por el de El, pues el de ustedes es el de El”.
-Sí. Por eso a la entrada del Oráculo de Delfos, en la Grecia antigua, estaba escrito: “Conócete a ti mismo” –agregó un marinero.
-Cierto es –afirmó Julián, señalando a aquél.
Un sacerdote se acercó a Julián, le susurró unas palabras al oído y le entregó un pequeño pergamino.
Después de leerlo el monje dio las gracias a los asistentes y nos retiramos en compañía del cura por entre la sacristía.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Amigo Normando, prepárate. Tendremos hoy un interesante encuentro.

Continúa...



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Abel Carvajal deja de escribir

 "La aventura de escribir ha terminado para mí en esta vida. Debo seguir por el sendero ancho que la Vida me muestra y prestar atención...